Aquellos Perros Inolvidables

Narrar una historia de perros y sus sentimientos desde el punto de vista humano  puede ser difícil, pero mucho más si se hace desde la perspectiva de ellos. Es decir, escribir al estilo, si lo hay, de la narrativa perruna. Habría que leer nuevamente al maravilloso Rudyard Kipling para empezar a imaginar el pensamiento de los animales no humanos. O retroceder muchísimos años para encontrar a quien con solo pronunciar su nombre nos lleva a sus ejemplarizantes vidas: el griego Esopo. Sin olvidar a San Francisco de Asís, que se ganó el bien merecido título de patrón de los animales. Pero lo importante es que todos se juntan y expresan  como “seres orgánicos que viven, sienten y se mueven por su propio impulso”, según lo describe el DLE (Diccionario de la lengua española).

Dicen algunos que los perros hacen lo que hacen con sus dueños, para solicitar  recompensas. Que si te saltan es por lambuceros o que si lamen y no muerden, es para conseguir algo. Pero el que ha tenido un perro (u otra mascota)  sabe que nada de eso es verdad. Por lo menos mis perros (sí, tengo cuatro) o mejor dicho, nuestros perros, ladran, mordisquean y lamen la mayoría de las veces por empatía, y solo cuando se acerca la hora de llenar sus pancitas, la acción es unánime: todos ladran y saltan al unísono, pero después viene lo de “barriga llena y corazón contento”, todos echados, y la paz del silencio es tan contagiosa, que no queda otra que imitarlos. Y aunque no coman, su cariño y fidelidad son lo mismo, siendo fiel argumento para la conseja aquella de "cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro” . Es de ellos, mis kelpies australianos, la historia principal que quiero contar, sus acciones, sus vivencias, mas las de sus amos, mis dos hijos, y la de perros héroes, reales y ficticios.