Yeshua, un muchacho de Nazaret intenta dar respuesta y llamar a la reflexión sobre la existencia y trayectoria de un personaje tan universal como fascinante.
Puede que Manuel Sanabria haya tocado ese ideal de buen narrador. El segundo premio en un concurso internacional, donde se ha medido con autores de América Latina y Estados Unidos, y un jurado integrado por los escritores Juana Moriel, Tatiana Ramos, Juan Carlos Esquivel, Luis Miguel Helguera San José y Juan Antonio Abascal, es un arranque prometedor para este docente alistano, ahora también escritor
Esta forma de narrar, directa y clara, sencilla pero culta, ágil y sobria, sin aspavientos pero con ciertos alardes poéticos, sobre todo en lo tocante a las relaciones humanas consigue que la historia traspase su tiempo y se viva en el presente al poco de iniciar la lectura.
El Imperio Romano, el rey Herodes y el propio pueblo judío, con la dinastía asmonea al frente, chocan y se enfrentan, a inicios del siglo I, para sacar adelante el proyecto de un reino en el antiguo territorio de Israel. El rechazo, la desilusión, altercados y revueltas están presentes antes del nacimiento de Yeshua, uno de los protagonistas que contempla estos hechos en medio de una vida dura, arbitraria y sacrificada para la gente que vive en esa tierra. Finalmente, las legiones romanas imponen su ley y aplastan las aspiraciones del pueblo que ve truncada la idea de un reino independiente. Tras el estrepitoso fracaso, la idea de reino sufre una transformación, despega de su anclaje terreno, se hace más virtual y se eleva al cielo. Comienza a hablarse de un reino de los cielos, con matices de futuro y tinte escatológico, a la espera de tiempos mejores para llevarse a cabo. Los judíos más realistas creen que con Roma en su tierra no será posible un reino propio, lo más sensato es achantar para sobrevivir. En cambio, entre los más idealistas surge la idea de un «nuevo Israel», con la esperanza de que Dios suscite un líder que lo haga viable. Para ello se exige una transformación personal, convertirse para ser «hombres nuevos» y provocar la intervención divina. Llegado el momento, aparecerá un «rey de reyes», un Mesías que unificará pueblos y naciones.
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