Habiendo muerto ya cuatro décadas, de las cuales sólo me quedan los recuerdos, que cambian según mis estados de ánimo, esto me lleva a hacerme una pregunta que nunca me imaginé capaz de formular: ¿quiero un café? ¿Es un expreso una elección personal, o tan sólo un hábito que se fue naturalizando a lo largo del tiempo?

Al saberme nacido, convivo constantemente con el hecho de que los días mueren mientras los vivo, mientras padezco un peculiar sentimiento de autoexilio. 

Tres palabras se acaban de instalar en él con inusitada virulencia: ¿He vivido bien?