Es difícil encontrar una novela que retrate tan bien la España rural, esa en la que vivir era casi un acto de valentía. Justo Chueca ha creado una historia apasionante y conmovedora donde la desigualdad social duele en lo más profundo de nuestra consciencia.
En 1930, España es un país mayoritariamente agrícola, poco poblado, con un desarrollo económico inferior al de los estados de la Europa Occidental. La mitad, aproximadamente, de la población activa trabaja en el medio rural. No se invierte en mecanización de la agricultura, la productividad es muy baja, los trabajos son precarios y los ingresos de los jornaleros, escasos. En este estado de crisis social, los hombres sin conciencia se aprovechan.
Los segadores que trabajan en la propiedad de un rico terrateniente raptan y violan a una joven mujer. Trastornado por el dolor y el miedo de la víctima, el marido decide castigarlos porque no cree que lo haga la Justicia. Los acecha en el campo y mata a uno de ellos. Los segadores abandonan el trabajo y huyen, el joven los persigue y acosa para matarlos a todos. Cuando encuentran el cadáver, el terrateniente, ofendido, moviliza a sus contactos en el Ministerio de Gobernación para que castiguen el desacato a su autoridad. La Dirección de la Guardia Civil manda a un joven teniente especializado en Criminología para tranquilizar al potentado.
La persecución de los segadores por parte del joven y de la Guardia Civil, nos llevará por distintas provincias y nos permite ver las condiciones de vida de los campesinos. La pobreza, la falta de educación y de principios morales indignan y provocan la compasión de las personas que tienen conciencia.
La desigualdad y la injusticia con la mujer del medio rural a principios del siglo XX, produce compasión infinita.
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