En un mundo azotado por un virus letal que ha diezmado dramáticamente la población, transformando a los infectados en seres sin recuerdos de su pasado, movidos únicamente por un instinto animal que les empuja a actuar violentamente en un afán perpetuo por alimentarse de presas vivas, Bárbara despierta en el cementerio de Sheol, su ciudad natal y en la que se originó la pandemia. No recuerda cómo llegó ahí, pero ahora su única prioridad es escapar, y tratar de conservar la única cosa que todavía no ha perdido desde que empezase esa pesadilla: su propia vida. Enseguida conocerá a Zoe, una niña huérfana, asustada y desorientada, a la que decidirá acoger, para huir con ella a un lugar seguro en el que resguardarse del peligro que reina en las calles sucias y desiertas. Ellas no serán más que las primeras integrantes de un heterogéneo grupo de supervivientes anónimos, que decidirán aunar sus fuerzas y sus recursos a la búsqueda de un lugar donde poder empezar de cero.

En esta novela los infectados no son los protagonistas, sino meros anfitriones para generar el contexto dramático en el que los supervivientes, con sus miedos, sus anhelos y sus discrepancias, dirigen la historia. Es precisamente el vínculo emocional que se genera entre ellos el que toma mayor importancia. No obstante, hay numerosas escenas de acción y tensión, a las que los personajes tendrán que enfrentarse como mejor pueden, dados sus escasos recursos y su nula experiencia.