Permitirnos sentir, aceptar nuestras emociones. Esas son las premisas que la autora Giselle Gallegos nos transmite en cada página de esta obra. Una gran apología de las emociones.
El chico cayó haciendo retumbar todo a su alrededor, el poco tiempo que todo estuvo en silencio se acabó en cuestión de segundos. Los gritos se hicieron presentes, todos se alejaron de las puertas; bueno, más bien, las personas que estaban alrededor de él se alejaron lo más lejos que pudieron.
Murió, el chico murió justo frente a nuestros ojos. El miedo, el pánico de todos, solo se esparcía más y más, era demasiado el ruido que hacían que temía lo peor; aunque sé que los zombis no existen, me sentía que me escondía de los zombis.
Parecía que estaba en un sueño, de esos horribles, de esos donde quieres despertar, pero no sabes cómo.
Yo sólo quería a mi familia, reunida aunque sea por última vez.
Y mi deseo se cumplió.
—No saben cuánto los he extrañado.
—Y nosotros también te extrañamos, Emma, eres una buena
chica, estamos felices de todo lo que has hecho por todos. Pero
recuerda que también tienes que mirar por ti, por tu propio bien.
Nadie más lo hará. Piensa en ti un poco.
—Acuéstate, cariño, necesitas descansar.
—Una última cosa.
—Lo que sea.
—Tú pídelo.
—¡Un abrazo grupal! —los abracé con miedo de que ellos desaparecieran
al soltarlos, pero sentía que debía aprender de hoy,
pero tenía que avanzar, aunque me costara separarme de ellos. Los
abracé con fuerza, intentando contener las lágrimas que luchaban
por salir de mis ojos. Sorbí por la nariz.
Me acosté en la suave hierba dándoles un último vistazo, ellos
permanecían de pie frente a mí, sonriendo cálidamente, reconfortando
cada parte de mí. Apoyé la cabeza en mi brazo y sintiéndome
tranquila, completa y feliz, cerré los ojos.
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